“Durante la guerra fría, se decía a menudo que Estados Unidos se enfrentaba a un enemigo que no dormía y 'sin dios'. No creo que se reconozca lo suficiente lo importantes que eran esas palabras, y cómo las echamos de menos. Los guerreros sagrados, como parecen ser estos, son una proposición totalmente distinta. Como país, Estados Unidos no tiene una posición fija con respecto al fundamentalismo islámico.”
Christopher Hitchens
Dos casos recientes en los que la trama gira en torno al recuerdo de la Guerra Fría: la serie The Americans y la última entrega de La jungla de cristal.
La jungla de cristal se construyó sobre el trabajo en torno al espacio. En la primera entrega, la acción tenía lugar eminentemente en el edificio Nakatomi, que el personaje de John McClane exploraba exhaustivamente el rascacielos (ej.: McClane toca un póster que ya ha visto anteriormente, evidenciando que para él es una referencia para ubicarse dentro del laberíntico edificio). En la segunda, el espacio principal era el aeropuerto donde está McClane (y que en algunos momentos aparecía resumido en un mapa). La tercera se abría con postales de Nueva York, escenario que se convertía necesariamente en protagonista a través del juego que el villano propone a McClane, según el cual el policía tiene que ir de un sitio a otro de la ciudad.
La saga se apoyó en el espacio, pero este se desdibujó en la cuarta entrega, en la que la principal línea argumental tiene que ver con un ataque internáutico (por tanto, el espacio físico desaparece). La jungla 4.0 difuminaba los fondos, mostraba iconos como el capitolio a través de pantallas de televisión e iba inevitablemente a la deriva. El intento de recuperar el gusto por el espacio llega en la quinta entrega. La jungla de cristal: Un buen día para morir se traslada a una Rusia contemporánea con claros ecos a la era soviética. La saga vuelve a sus orígenes y a su vinculación con el lugar; y, de paso, regresa a conflictos propios de la Guerra Fría (de manera ciertamente burda e incluso amoral; ej.: los chistes en torno a la catástrofe de Chernóbil). Volver al hogar, en este caso, es volver a la Unión Soviética; como si para recuperar una cierta identidad de la heroicidad americana se tuviese que recuperar a un villano ya clásico.
La película afirma constantemente su situación en la actualidad: no basta con un McClane canoso y ejerciendo de padre de dos hijos ya adultos, sino que en algún momento incluso se ve un retrato del presidente Barack Obama colgando de la pared. Estamos en el aquí y ahora, sólo que el aquí (la Rusia contemporánea) evoca un pasado, el de la Guerra Fría.
Por su parte, The Americans se construye sobre dos pilares: que los protagonistas de la serie sean una pareja de espías rusos y que la estética de la serie emule la de los años ochenta, época en la que se sitúa. La serie aun debe demostrar que:
a) No es únicamente un producto de y para la nostalgia (con los peligros que esto conlleva, ej.: Cuéntame cómo pasó).
b) El componente ruso no es únicamente un recurso dentro de una serie que, de momento, trabaja sobre una pareja soviética cuyos valores están, curiosamente, vinculados con el imaginario estadounidense (ej.: la familia).
Venimos de una gala de los Oscars en la que la política ha estado muy presente, de unos años en que el cine americano ha abordado tanto abierta como veladamente el conflicto entre Estados Unidos y una parte del mundo islámico. ¿Acaso no se debe interpretar este come back de la Guerra Fría en relación al terrorismo islámico? Esta evocación de la lucha con la Unión Soviética hace buena la frase de Hitchens, en la que se refiere precisamente a “echar de menos”. A partir de aquí, se puede tirar del hilo hasta alcanzar ese componente de nostalgia que señalaba en relación a The Americans.